14 de diciembre de 2010

Chiva, esa gran desconocida...

Dedicado a los deportistas honrados.

Chiva tiene suerte. No sólo por tener ese enorme y majestuoso entorno natural que le rodea, sino por contar entre sus habitantes con personas con el arrojo, ilusión y capacidad de (mucho) trabajo que hacen falta para sacar adelante una carrera tan estupenda como la de este domingo 12 de diciembre. Un pueblo entero implicado, orgulloso de mostrar lo mejor que tienen ante los cientos de visitantes que ese fin de semana pululaban por sus calles y recónditos parajes.

 
Se trataba de una primera edición. Y las opiniones son unánimes a la hora de valorar su desarrollo. La tarde del sábado, apenas doce horas antes de iniciarse la carrera, tuvo lugar en el Ayuntamiento un pequeño pero significativo acto de presentación. Chiva debutaba en el marco de las carreras de montaña de larga distancia y en su puesta de largo poco o nada dejaron a la improvisación. Se advertía mimo en cada detalle y todo aquello que pudiera ser lo mejor y más cómodo para el corredor era el pensamiento que guiaba sus actuaciones.

Los dorsales se entregaban a la vez que la bolsa del corredor. ¡Y qué bolsa! Empezando por ser de aquellas que se pueden utilizar muchísimas veces, su contenido tenía una camiseta técnica de manga larga, un chaleco de forro polar, estuche, llavero y artículos varios, todo entre un montón de trompuderías dulces y saladas. El dorsal incluía el nombre completo de su portador, así como un muy apreciable perfil de la carrera (impreso cabeza abajo para ser leído una vez fijado a la camiseta) con los puntos kilométricos y los avituallamientos señalados. Detalles así, que cuestan poco y valen mucho, daban confianza al corredor.


64 km y 6.000 m de desnivel acumulado ya son metros... Infunden respeto. Pero si encima en el acto de presentación escuchas a corredores de élite como Salvador Calvo Redondo (llegado desde León) y Adolf Aguiló Bort hablar de sufrimiento, sufrimiento y más sufrimiento, pues la verdad es que una se va a la cama esa noche un poco más intranquila de lo que ya de por sí tocaba… Aun así, los corredores que abarrotábamos el salón de actos del Ayuntamiento, nos dábamos ánimo con nuestra presencia. Sentir que no estarás solo, darte cuenta de que tus dudas son las de otros y que a pesar de los siete picos con que amenazaba el perfil es posible compartir unas risas y un ambiente relajado entre los organizadores e invitados que presidían la mesa y el público que llenaba la sala ávido de escuchar las palabras que esa noche se pronunciaron.



Salvador y Adolf son dos corredores de montaña muy dispares entre sí. La diferencia de edad entre ellos (veterano y curtido el primero, joven y explosivo el segundo, pero fuertísimos ambos), tal vez explique los diferentes puntos de vista que manifestaron ante las preguntas del público. Me impresionaron especialmente las palabras de Salvador, que casi logra convencernos de que lo iba a pasar tan mal como el resto de nosotros. Finalmente cruzó la meta en cuarto lugar, pero aquí ha debido de afectarle, supongo, un despiste en los primeros kilómetros (aún no amanecía y corríamos con luces frontales). Aproximadamente en el minuto 25 de carrera, Salvador adelantaba desde la cola del grupo, intentado enmendar la mala dirección que sin querer había tomado. Adolf, por su parte, que también habría cometido el mismo error, se retiró tempranamente de la carrera sin que mediara ninguna lesión (hasta donde he podido saber), entendiendo, quizá, que ya no lograría un resultado satisfactorio para él. A mi entender, este gesto da mucha más valía a los 176 corredores que lo dimos todo ese día.


Domingo, por fin, a las 7 de la mañana. Aún oscuro... Imprescindible ajustarse bien los frontales para distinguir el camino y las señales. La concejala de Medio Ambiente, muy implicada en este proyecto, fue la encargada de dar la salida con su desenfadado “un, dos, tres, ¡ya!” que por un instante nos retrotraía a esas carrerillas en el patio del colegio.

Hubo que correr unos cuando kilómetros antes de pisar un terreno realmente agreste y con cierto desnivel. También hay belleza a esas horas primeras de la mañana, cuando desde cierta altitud uno puede deleitarse contemplando esa hilera de lucecillas de los frontales que avanza serpenteando en mitad del negro paisaje. Esos pequeños puntos luminosos en la distancia representan una comunidad de grandes espíritus.

Y a medida que clareaba el día, la sierra de Chiva se iba mostrando con todo su esplendor y verdor. Hizo un día con temperaturas excelentes para correr. Mínimas de 5 ºC a primera hora y máximas de18ºC. Pasos difíciles, incluso en algunos tramos hubo que habilitar cuerdas para posibilitar la subida o la bajada. Cintas blancas de plástico, líneas verdes pintadas en el asfalto para retornar a la meta callejeando por el casco urbano y disposición de luces en la segunda mitad del recorrido para guiar a los corredores que hicieran ese tramo de noche conformaban la excelente señalización a la que no se le puede objetar nada. Aquí se nota la experiencia del personal que ideó el recorrido.

Una de las experiencias más significativas y que sólo podía producirse esta vez, fue la de hollar por primera vez en varias décadas terrenos que hasta antes de esta carrera eran impracticables, ya sea porque cayeron en desuso al disminuir la actividad ganadera o porque jamás antes habían existido. Muchas manos anónimas de Chiva ayudaron a desbrozar y limpiar las sendas por las que luego pasaríamos nosotros, inaugurándolas oficialmente como “sendas para corredores”. Privilegios de participar en la primera edición…

Los dos puntos que esta prueba concedía para el UTMB despertaban un interés adicional entre corredores de larga distancia que incluso llegaron del extranjero para participar. Esto también garantizaba un cierto nivel entre los inscritos. Los tiempos de la clasificación son de reconocimiento, en ambos sexos y en todas sus categorías. No hubo accidentes de consideración y muy poquísimas deserciones a mitad de recorrido. Los últimos veinte kilómetros de esta prueba se hacen más con la mente que con las piernas…

Chiva tiene una sierra extensísima y muy abrupta en muchos tramos. Pocos paseantes íbamos a encontrar, pero aún así los que aparecían animaban con esa generosidad que tanto emociona cuando proviene de extraños. Los puestos de avituallamiento eran atentos y diligentes. El más animado, sin duda, aquél que nos recibía con música andina y ponchos y gorros de lana al más puro estilo del altiplano boliviano. Sólo les faltaba la alpaca…

Ya en el pueblo, la recepción no podía ser más cálida. Por megafonía se nos recibía a todos los corredores con la misma efusión con que se recibió al primero. Enseguida nos daban el certificado de nuestra participación y se nos invitaba a una sala en el interior para reponer fuerzas con el refrigerio preparado. Botella de vino para todos y ramo de rosas para las atalantas.


Había premios para las categorías absoluta, veteranos y locales de Chiva. El pueblo era una fiesta y todo el mundo se implicaba. Los hosteleros daban facilidades a los corredores que quisieran desayunar a las 6 de la mañana y ducharse después de la carrera y hasta la asociación local jubilados quiso estar presente preparando sin cesar unos ricos buñuelos y chocolate caliente.

Chiva tiene suerte. Y los que hemos formado parte de esta primera carrera de montaña por su sierra, también. El Ayuntamiento ya ha manifestado su ilusión en preparar la segunda edición del 2011 y como todas las crónicas sean como esta, me parece que van a tener que hacer un sorteo de inscripciones.

¡Enhorabuena a todos: clubes organizadores, regidores políticos, habitantes de Chiva y corredores!

Enlaces:
Página oficial de la carrera.
Lo que se ha dicho en otros blogs...

9 de diciembre de 2010

Marcha y Carrera de Montaña en Castalla


Miércoles 8 de diciembre. Aunque por la temperatura que hacía, nadie lo diría. ¡Guantes fuera! Un tiempo sorprendente. Ya sé que es Alicante, pero aun así, una buena parte del país estaba cubierta de nieve y en otras las lluvias torrenciales desbordaban ríos y provocaban inundaciones. Castalla estaba perfecta ese día. Ya sea para correr o caminar, ya que este evento aunaba ambas actividades. A las 8:30 de la mañana, tras una traca (traquita, más bien, por lo breve) salían los senderistas con buen ánimo y alegría. Hora y media más tarde, a las 10 en punto, una traca más lucida hacía que los corredores ajustaran sus cronómetros y dieran sus primeras zancadas voladoras. ¡Empezaba bien! Soy de las que piensa que lo que se inicia con puntualidad, difícilmente puede acabar mal…


Por delante, 16 preciosos kilómetros que recorren los montes aledaños a la población de Castalla. Es esta una de esas pruebas que puedes ajustar a tu medida. Si eres una corredora de fondo, acostumbrada más al asfalto y a los desniveles suaves pero te han hablado de lo fascinante que son las carreras de trail, esta prueba puede ser ideal para introducirte en ellas. Te prometo que tus sensaciones serán muy buenas. Y si eres una veterana de las montañas y te gusta correr entre piedras, ensuciarte las zapatillas y disfrutar de preciosas vistas (incluyendo divisar el mar desde lo alto), esta carrera te da todo esto y más, ya que puedes imprimirle a tu carrera una gran velocidad o tomártelo de forma más relajada como si de un día de entrenamiento de rodaje largo se tratara.

Te doy los datos de participación: 34 mujeres destacaban dignamente entre el total de 375 corredores.  Una cuota que corresponde al 9% para nuestro sexo. Lo usual, por otra parte, aunque sería deseable y alentador una mayor concurrencia de chicas.

El recorrido es seguro, sin tramos demasiado peligrosos. Hay duchas disponibles en el polideportivo de la ciudad, pero está apartado de la meta y querrás llegar allí en coche. La zona de salida no tiene problemas de aparcamiento al estar en una zona de baja densidad residencial. Por lo mismo, la infraestructura de bares y sus magníficos aseos es un poco deficitaria.

Sólo una cosa eché en falta: la indicación del kilómetro de recorrido en la carrera. Ni siquiera hace falta indicarlos de uno en uno. Con indicar el km 4 y el 8 y el 12, ya sabe uno cuándo ha recorrido el 25, 50 y 75% del total de la distancia. No creo que suponga demasiado esfuerzo y sí es una buena ayuda para el corredor que no se conoce el terreno de antemano.


Por lo demás, una carrera bien organizada, hay que decir. Orden en la entrega de los chips y dorsales, buena señalización (cintas plásticas blancas), control de chip a mitad de recorrido, dos puestos con botellines de agua (km 7 y km 10,5); y bolsa de corredor con un simpático juguete (es la tradición, tratándose de Castalla) y una camiseta de algodón en la talla que se indica en el momento de la inscripción (detalle que es muy de agradecer).

6 de diciembre de 2010

Julie Moss, al límite.

Hoy quiero contar la historia de una mujer cuyo nombre, me temo, es bastante desconocido en el mundo hispanohablante, si bien no lo es en absoluto para quienes participan en triatlones (sobre todo a partir de cierta edad) y maratones en el mundo anglosajón, sobre todo en Estados Unidos, de donde esta atalanta es originaria.  Sus inicios como atleta se produjeron de una forma que nadie, ni ella misma, hubiera podido imaginar…

Su historia (al menos la que nos interesa y que voy a relatar aquí), empieza en 1981.  Julie Moss era una chica como cualquier otra.  Bueno, para ser más precisos, era una chica pija de California, como tantas otras, que practicaba el surf desde los 14 años y en 1981 debía presentar, sin mucho empeño por su parte, un proyecto de fin de carrera.  Estudiaba Educación Física en una universidad de la localidad californiana de San Luis Obispo.  

Una tarde, holgazaneando frente al televisor, llama su atención el Ironman (en una de sus tempranas ediciones) que transmitía desde Hawaii la cadena ABC.
HAWAII...  Fue casi lo único en lo que Julie reparó.  Sabía que podría conseguir que su madre pagara el viaje y todos sus gastos si lograba convencerla de que debía ir a Hawaii para recopilar algunos datos para ese proyecto de fin de carrera.

Así que sólo le faltaba enterarse de qué era eso del triatlón.  Pudo enterarse que se trataba de nadar 2.4 millas (3.8 km), rodar en bicleta 112 millas (180 km) y finalmente correr un maratón.
Julie Moss no sólo no había corrido un maratón en su vida, sino que no tenía la más mínima idea de lo que suponía nadar esa distancia ni recorrer en bicicleta durante todos los kilómetros que exigía la prueba en la que inconscientemente se había inscrito.  Para ella, el Ironman simplemente representaba la mejor oportunidad en ese momento de ir a Hawaii.  (Estamos hablando de la década de los ’80, cuando este archipiélago de islas comenzó a despuntar como destino turístico por excelencia entre los norteamericanos).  ¿Ironman, kilómetros…?  No eran más que un concepto, un dato, apenas números.  Algo sin ningún significado en la vida real (de Julie).  Su tesis sobre las “consecuencias fisiológicas de, bla, bla, bla…” era su pasaporte a la diversión a lo grande.

**Llega el día.  Primera señal de alarma: la seriedad y responsabilidad con que se preparaba el resto de participantes.  Parecían verdaderos profesionales, ¡con accesorios que incluso iban conjuntados con el resto de su vestimenta deportiva!  Un sentimiento de “patito feo” la invadió, y puesto que no podía echarse atrás, intentaría pasar desapercibida.  “Primera y última vez”, se dijo, aun antes de empezar.

Julie nadó y pedaleó.  Y no lo hizo nada mal...  Carecía por completo de una postura aerodinámica, pero por nada del mundo dejaría que la filmaran encorvada sobre el manillar de su bicicleta.  Iba erguida y sonriente; le encantaba que la enfocaran, aunque eso supusiera arrojar al camino la barra de chocolate que estaba a punto de comerse cuando, una vez más, las cámaras la buscaban.  ¡Ni loca saldría con los morros sucios en televisión nacional!
**Tercera y última parte de la competición.  Nada más bajar de la bicicleta le advierten que sólo lleva a una chica por delante.  (Se trataba nada más y nada menos que de Kathleen McCartney, renombrada ciclista de élite).

¿¿¿Cómo rayos puede Julie estar en segundo lugar???  Sin embargo, ¡Julie estaba teniendo un rendimiento excelente!  Empieza a correr…  La mujer en primera posición sufría una lesión en el talón de Aquiles que le daría problemas en la carrera a pie.  A los 12 km del maratón, Julie la adelanta y queda en primer puesto.

Y algo se produce en su interior.  Un cambio grandioso que le hace darse cuenta de que, por fin, algo se le daba bien.  Y alguien corre detrás de ella para arrebatarle eso que de repente se ha convertido en “muy importante”.  Más de 2 km separan a las dos primeras corredoras, pero Julie casi podía sentir el aliento de Kathleen en su nuca…

Las cosas estaban cambiando.  Las buenas sensaciones físicas de las primeras pruebas estaban desapareciendo y su cuerpo empezaba a acusar las consecuencias de verse sometido a tan exigente prueba.  Llegarían los calambres y molestias estomacales.

**Faltan 400 m para cruzar la línea de meta.  Julie aún lidera la carrera.  Y es entonces cuando…  Mejor veámoslo en este vídeo…


Sus piernas sucumben.  Cae.  Piensa en levantarse, pero sus extremidades simplemente no responden.  Tendida en el suelo, se le ocurre que tal vez pueda ayudarse de los brazos para formar una especie de trípode que le ayuden a levantar unas piernas como de muerto.  Lo consigue; camina un poco.  La mujer en segunda posición está cada vez más cerca.  Puede sentirla.  Puede verla.  Kathleen adelanta a Julie.  “Ahí va… Me ha adelantado.  Me rindo.  A la mierda todo”.  

**A 10 m de la meta.  Una voz interior le dice:  “¡Arriba.  Camina!”.  Y Julie decide que, aunque sea arrastrándose, llegará a la meta.  Y así lo hace.  Centímetro a centímetro, la chica coqueta que tira el chocolate, llega a gatas, sucia de sus propios excrementos que no pudo contener, rodeada de cámaras.  Cruza la línea de meta...

Julie no ganó.  Quedó en segunda posición, oficialmente.  Pero todo un país pudo ver a la verdadera ganadora moral del Ironman de ese año.  (Obsérvese la cara de Kathleen McCartney en el vídeo, que no acaba de enterarse de que ha llegado primera hasta que no le cuelgan el collar de flores al cuello).

Ese día la vida de Julie Moss cambió para siempre.  Hizo un pacto consigo misma:  “No importa si duele, no importa si me ensucio, no me importa cómo esté:  acabaré”.  Según Julie, todos tenemos esa voz que a ella le habló:  es la voz de nuestro verdadero yo que nos dice que no existen los límites.


 



3 de diciembre de 2010

¿Quién dijo que en Murcia no hay carreras CHULAS?

Más corta, más larga, en bicicleta o en formato para senderistas.  Había opción hasta para lucirse con la cámara de fotos, ocasión dada con el concurso fotográfico que brindaba la carrera.

Una primera edición que no puede ser calificada coomo menos que ÉXITO ROTUNDO.

La atalanta Hortensia nos relata su visión al ser una de las participantes de esta carrera y sobreponerse a algunas circunstancias adversas, entre ellas, una metereología que está lejos de la Murcia cálida que reza el slogan.




Yeti Trail...  Qué nombre mítico.  Qué carrera guapa.  Perdón:  "wapa"...